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Fermina Gómez.
Los jubileos de Olókun en la casa de Fermina Gómez duraban entre el 18 y el 24 de septiembre de cada año, constituyendo una fiesta sumamente costosa pues había que sacrificar a cada Òrìsà su animal preferido y las ofrendas propias de la diosa azul debían entregarse en el mismo océano.
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Sin embargo, para algunos como Ferminita y sus más íntimos ahijados, todo el año era una fiesta, o al menos, el tiempo para la preparación del festejo. Para otros empezaba en los primeros días de enero. Siete prestigiosos Babaláwos e Ìyá l'òrìsàs dedicados a los cultos propios de los Òrìsàs: Esú, Ògún, Obàtálá, Sàngó y Òsun eran invitados, lo cual siempre constituía un altísimo honor y era motivo de gran satisfacción para los designados.
Otros siete, cuyas identidades nunca se revelaban, bajo pena de los más terribles castigos, eran convocados por Olókun para acompañarla por los caminos que vienen de la muerte a la vida y van de la vida a la muerte. Privilegio que para las personas de esta fe tiene el apreciable significado de la amistad de Olókun , con los beneficios que ello entraña.
También implica un riesgo, para uno de los siete secretos elegidos, pues antes de cumplirse un año de finalizada la fiesta, estaría frente a Olókun en la llamada “puerta de plata” que conduce al alem, para llevarle un mensaje a su príncipe guerrero y ella quedaría de nuevo esperando respuesta, pero ese mensajero nunca volvería al ayé o mundo de los vivos.
De acuerdo a los testimonios de Eusebio Torriente- el sobrino de Ferminita-, Miguel Arsina- quien fuera el tocador principal de los tambores de
Olókun en dicho templo- y Rolando Cartaza, quien como nieto de Remigio Herrera
Addé Chiná se vio impedido en muchas ocasiones a presenciar dichas ceremonias,.
"El día 20 antes del amanecer, los pertenecientes al culto de Òsányìn partían en busca de las yerbas sagradas, mientras temprano en la mañana, coincidiendo con la salida del sol y luego de los cantos y rezos para Olókun siete Babaláwos iniciaban la matanza de los animales ofrendados a los Òrìsàs.
La sangre bañaba copiosamente los sagrados “ota” o piedras de fundamento pertenecientes a cada uno de los Òrìsàs que Ferminita tenía asentados en su casa, los de sus principales ahijados y los de otros santeros y santeras convocados al festival.
El día 21 era para el protocolo, pues se enviaban mensajes acompañados de los derechos u ofrendas (animales o dinero) para levantar o invitar a la ceremonia del océano y su gran festejo. Esa noche se dejaba preparado el altar público o trono de Olókun en la sala de la casa.
La mañana del 23 daba inicio con una febril actividad de las mujeres, unas preparando las comidas que serían llevadas al océano. Otras acondicionando la casa, mientras los tocadores y en especial el tamborero mayor ofrendaban un gallo colorado a Sàngó para que permitiera el lujo de otorgar voz a los atabales.
No faltaban otros ahijados de Ferminita encargados de atender a los nutridos forasteros que en esa mañana iban arribando a la casa de Velarde desde distintos lugares de la provincia y de otros puntos de la Isla como Placetas, Abreu, Santiago de las Vegas, Bejucal, Canasí y por supuesto, la propia capital. Pero desde 1950 también fueron asiduos visitantes de
República Dominicana,
Puerto Rico y
Bahía de Todos los Santos en Brasil. El promedio de participantes en las últimas siete festividades realizadas por Ferminita nunca fue menor a las 500 personas.
Ahijados de Ferminita dedicados a estiba en el puerto eran los encargados de coordinar con el gremio portuario los pormenores de la procesión acuática, realizada en las lanchas que entonces usaban los braceros para ir a descargar los buques surtos en la bahía. Dichas naves eran adornadas con telas y cadenas de papel en colores azul y blanco.
A las 5 de la tarde del 23 de septiembre las naves partían desde el pequeño muelle cercano a la casa , al final de la calle Milanés.
En la primera iba Ferminita acompañada de sus principales ahijados e invitados, donde nunca falto algún político de la época, artistas como Celia Cruz o José Orefiche, así como grandes rumberos de la talla de Hortensio Alfonso o de Esteban Lantrí, cabeza e importantes cabildos cual Mario Reyes del Espíritu Santo de los Arará; los ológbónes de Uriabón, las Ìyá l'òrìsàs del Iyessá Moddú San Juan Bautista y hasta el propio ewé Babaláwo Marcos Portillos Domínguez de Pedro Betancourt .
Al llegar a la altura de Maya ponían rumbo hacia el estrecho de la Florida y llegados a la franja azul del océano Fermina comenzaba los rezos para su
Olókun mientras los ayudantes iban entregado las ofrendas al mar. Allí mismo y desde todas las naves, se cantaba un orú en honor a la dueña del mar profundo, al son de los sacrosantos tambores batá, esos mismos que el 4 de diciembre de 1872
Addé China- Remigio Herrera- hizo sonar por vez primera en Cuba, allí en la esquina de Manzaneda y Daoiz, en su cabildo Santa Bárbara de nación lucumí, a menos de 200 metros de la casa donde luego viviría Fermina Gómez.
Ruinas del cabildo lucumí Santa Bárbara donde Remigio Herrera recreo e hizo sonar por vez primera los tambores bàtá en Cuba.
Pero el 24 era sin dudas el gran día. Al amanecer hacía el Egún o Egúngun rito luctuoso en honor a los antepasados de la familia. Un gran almuerzo coronaba la mañana, como dejando todo preparado para la liturgia vespertina.
A las seis de la tarde Miguel Arsina llevaba los tambores bàtá al pie del trono de Olókun para dar comienzo al òrò seco, como llaman los matanceros al òrò del igbódù. Entonces comenzaba un desfile de todos los presentes para saludar el sitial del océano. Flexionando el torso tocaban el suelo con la punta de los dedos índice y medio de la mano derecha y luego se los llevan a la boca besándolos y diciendo ¡Oh mío Yemayá!
Seguían al filo de las 7 y media de la tarde un receso para comer y ya a las ocho y media en el igbódù daba inicio un òrò mixto de toques y cantos, pero sin bailar. Concluida esta parte y pasadas las nueve y media, los tambores se trasladaban para el patio, para dar comienzo al la liturgia última y principal.
Un coro de
Ìyá l'òrìsàs vestidas con ropas blancas y azules ocupaba el centro. Luego del saludo de los
bàtá , se daba comienzo el
òrò público. Poco a poco iban surgiendo los
Òrìsà al ser invocados, aquellos santeros y santeras convocados desde el mes de enero anterior, con la excepción del
Babaláwo seleccionado y los llamados para los misterios secretos.
Próximo a las once de la noche los posesos eran llevados a una habitación en el fondo de la casa. Tal era como una señal para que los no iniciados y las mujeres grávidas abandonaran la mansión. La puerta de la calle era cerrada y empezaba el momento esperado todo el año.
Del último cuarto Miguel Arsina cambiaba los tambores
bàtá por las profundas olas del océano, los cueros azules, mucho más grave que cualquier otro tambor que haya sonado en Cuba. Uno a uno, los posesos convocados iban saliendo del fondo de la casa hacia la sala y cada cual era acompañado por un enmascarado de careta y túnica blanca.
Seguían un orden estricto, Esù, Ògún, Sàngó, Òsun, un Babaláwo en representación de Òrúnmìlà, y Obàtálá. Cuando el padre de todos los orishas llegaba al centro de la sala, regresaba sobre sus pasos, para buscar al enmascarado azul a quien todos llaman Olókun .
Vestía una máscara blanca y una túnica múltiple de tela y encajes azules oscuros, sus manos y pies también iban cubiertos por guantes y medias de idéntico color. Nada de su piel podía ser visto.
Bailaban un buen rato al son de los himnos de Olókun . Este bailando ponía sus manos sobre los grandes tambores, sobre las cabezas de los tocadores y de los concurrentes, uno a uno. Luego desaparecía del mismo modo que se había presentado y tras él el resto de los encaretados y luego los otros procesos.
Los tambores del océano eran devueltos al cuarto del misterio. Al ponerlos en una esquina cada tocador daba un tenue golpecito sobre su correspondiente cuero, como indicando que en un año volvería a tronar, como pidiendo a Oloddùmaré que les permitiera vivir para poder de nuevo tener el placer de sentir las voces del océano entre sus manos. Terminado el tiempo de los mitos perpetuos, “la realidad imponía las miserias de lo cotidiano"
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Información y notas de obtenida de:
Dioses Yorubas. Lagos University Press. Lagos 1981. Pág. 63. 2.- Ídem.
Nota: Este trabajo es un fragmento del capítulo Décimo Séptimo del libro Los Dioses Negros de Israel Moliner Castañeda.
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